Por Josefina Reynoso
Es importante reconocer que, en nuestro afán por alcanzar el éxito profesional y la independencia, quizás hemos descuidado un aspecto fundamental: el rol de madres y el bienestar emocional y moral de nuestros hijos.
La búsqueda legítima de autonomía y realización personal no debería traducirse en una renuncia implícita a nuestra responsabilidad primordial en la crianza y formación de seres humanos íntegros.
En nuestra sociedad actual, muchas veces el tiempo que podríamos dedicar a educar y guiar a nuestros hijos se delega a terceros (servicios domésticos que vienen y van ) o se sustituye con tecnología (tabletas para que no molesten ) dejando a nuestros pequeños más vulnerables y desconectados de los valores esenciales( amor, respeto a sus orígenes y temor a Dios).
Hemos pasado de ser los principales modelos a seguir a convertirnos en figuras ausentes, relegando la formación de nuestros hijos a instituciones o dispositivos electrónicos o lo que pueden aprender por un tutoríal de YouTube.
El resultado de este descuido se refleja en una generación que, aunque tecnológicamente avanzada, parece carecer de la empatía, la resiliencia y los principios que caracterizaban a las generaciones anteriores, (valores morales y amor)
Hemos querido introducir culturas extranjeras porque es más cómodo así tapar las faltas.
Nos enfrentamos a la difícil pregunta: ¿valió la pena el sacrificio de nuestra presencia y enseñanza directa en la vida de nuestros hijos?
No se trata de desvalorizar el deseo de ser profesionales exitosas, sino de repensar el balance entre nuestras aspiraciones y nuestras responsabilidades primordiales como madres responsables (para aquellas que decidieron serlo).
Es crucial que como sociedad y como individuos volvamos a valorar el papel insustituible de la madre en la formación de niños fuertes, éticos y emocionalmente estables.
La maternidad no debería verse como un obstáculo en el camino del éxito, sino como un componente esencial de una vida equilibrada y plena, que fortalece no solo a nuestras familias, sino también a la sociedad en general.
Hemos olvidado que la celular principal de un Estado es la familia, que en ella se construyen los valores no en las instituciones educativas.
Este es mi enfoque, lo centro en la preocupación por el impacto de priorizar el éxito profesional sobre el rol maternal, y busco invitar a la reflexión sobre la necesidad de reevaluar nuestras prioridades para el bienestar de los hijos y una sociedad más sana.