
Por: Wal Polanco
El aumento del costo de la vida ya no es solo una estadística fría que publica el Banco Central cada mes. Es una realidad diaria que golpea los bolsillos de miles de jóvenes dominicanos que, con esfuerzo, intentan abrirse camino en un país donde el salario mínimo y el costo de la canasta básica parecen vivir en dos universos distintos.
Vivir en República Dominicana hoy cuesta más. Mucho más. Pero para la juventud, cuesta incluso más emocional y socialmente. Muchos jóvenes recién graduados enfrentan un panorama laboral limitado, con salarios que no alcanzan para pagar un alquiler, costear el transporte y, mucho menos, ahorrar o pensar en formar una familia.
¿Cómo se construye un futuro en estas condiciones?
La narrativa tradicional de “estudiar, trabajar, progresar” está siendo desafiada por una inflación que no perdona. Jóvenes profesionales, incluso con títulos universitarios, deben vivir con sus padres hasta bien entrados los 30 años, tomar préstamos para suplir necesidades básicas o emigrar en busca de mejores oportunidades.
Y si bien el Gobierno ha implementado programas sociales y subsidios para mitigar la situación, estos esfuerzos no siempre alcanzan al segmento joven de clase media, ese que no califica para ayudas, pero tampoco gana lo suficiente para sobrevivir cómodamente.
Además, el costo de la vida va más allá de lo económico: tiene un impacto directo en la salud mental, en la motivación, en la sensación de esperanza. Cuando trabajar duro no garantiza una vida digna, la frustración se convierte en el pan de cada día.
La juventud dominicana está alerta, sí. Pero también está cansada. Necesita políticas públicas que no solo atiendan los efectos inmediatos de la inflación, sino que aborden sus causas estructurales: el bajo salario, el desempleo juvenil, el acceso limitado a créditos, la falta de vivienda asequible.
Urge un diálogo más serio y comprometido con esta generación, que no solo exige respuestas, sino que también está dispuesta a ser parte de la solución. Porque si algo ha demostrado nuestra juventud, es que no se rinde fácil. Pero ya es hora de que el sistema empiece a jugar a su favor.