
El costo de opinar en medio de la represión
En tiempos donde hablar de economía puede equivaler a una condena, la persecución de economistas por emitir opiniones sobre el dólar es un signo alarmante del autoritarismo que se cierne sobre Venezuela. Al estilo de los regímenes más represivos del siglo XX, la libertad de expresión ha sido cercenada incluso en los ámbitos técnicos, como el análisis del mercado cambiario y la política fiscal.
Pese al riesgo, es urgente hablar de lo que está ocurriendo: una estrategia oficial basada en el aumento del precio de la gasolina y el ajuste por inflación, que busca transferir el costo de la crisis a la población trabajadora.
Aumentos como medida de ajuste: más gasolina, más miseria
En lugar de aplicar políticas que reactiven la producción o fortalezcan el poder adquisitivo, el gobierno recurre a medidas regresivas como la eliminación de subsidios a la gasolina y la fijación de precios internacionales. En varias estaciones de servicio ya se cobra el litro de combustible a 0,75 dólares, una cifra impagable para la mayoría de los venezolanos.
Este ajuste se justifica, oficialmente, como parte de una “modernización” del sistema de precios. Sin embargo, en la práctica, agrava el costo del transporte, de los alimentos y de todos los bienes de consumo, en un país donde la inflación ya actúa como un “impuesto indirecto” devastador.
La política recuerda al enfoque neoliberal extremo de figuras como Javier Milei, pero con una dosis adicional de represión y censura.
¿Por qué sube el dólar?
El comportamiento del dólar tiene múltiples explicaciones, y todas apuntan a una misma raíz: la falta de confianza en el bolívar y el deterioro estructural de la economía venezolana. Desde la salida de Chevron y la caída del ingreso petrolero, la escasez de divisas ha disparado la demanda del dólar, que ahora opera como refugio de valor frente a una moneda nacional en constante devaluación.
A noviembre de 2024, según la firma Ecoanalítica, circulaban en Venezuela 7.821 millones de dólares en efectivo, mientras que la masa monetaria del bolívar equivalía a solo 3.240 millones de dólares. Es decir, el dólar ha desplazado de facto al bolívar como medio principal de intercambio.
Una política pensada para atraer capitales, no para aliviar al pueblo
La combinación de salarios bajos, represión sindical, desregulación ambiental y eliminación de derechos laborales conforma una plataforma perfecta para atraer inversión extranjera, principalmente de capitales chinos. Las Zonas Económicas Especiales (ZEE), junto con la ley antibloqueo y otras legislaciones “entreguistas”, constituyen un modelo que busca ofrecer obreros baratos y recursos abundantes a los nuevos aliados del régimen.
El empobrecimiento no es un efecto colateral, sino un objetivo deliberado del modelo.
La dictadura, sus socios empresariales y el chantaje de la estabilidad
Este modelo económico ha sido funcional para una burguesía subordinada, que ve en la dictadura una oportunidad de negocios a costa del empobrecimiento general. Son “socios menores”, como lo fueron antes con EE.UU. y Europa, ahora con China. El gobierno, mientras tanto, mantiene su dominio con represión, censura y miedo.
Pero la presión social crece. Los efectos de estas medidas se sienten en cada hogar, en cada familia que no puede llenar su tanque o comprar alimentos. La estabilidad del régimen se basa en su aparato represivo, pero esa apuesta podría resultar insostenible.
Hacia una alternativa: resistencia, organización y lucha por la vida
Las condiciones económicas actuales no dejan espacio para el silencio. La lucha contra el alto costo de la vida, por el salario justo, la seguridad social y los derechos laborales es hoy más urgente que nunca. La oposición democrática, los movimientos sociales y las organizaciones sindicales deben articular un plan nacional de resistencia que enfrente esta ofensiva autoritaria.
El pueblo no necesita más sacrificios ni más “tragos amargos”. Necesita un horizonte de dignidad, justicia y equidad. Y para eso, hay que alzar la voz, incluso cuando hacerlo signifique correr el riesgo de ser castigado por decir la verdad.