
Cada vez que un joven dominicano publica un mensaje desesperado en redes, explota emocionalmente en público o decide aislarse del mundo, no está “llamando la atención”. Está pidiendo ayuda. Y muchas veces, lo hace en el único lenguaje que ha aprendido a usar en una sociedad que aún no sabe cómo escuchar.
La salud mental de la juventud dominicana está en crisis. No es una exageración. Es un hecho. Lo vemos en los colegios, en las universidades, en las calles, y especialmente en las plataformas digitales, donde las emociones que no caben en casa, en la escuela o en la familia, encuentran una válvula de escape.
Y sin embargo, la reacción general es negación, burla o silencio. Como si ignorar el problema lo hiciera desaparecer. Como si decirle a alguien “anímate” pudiera curar una depresión. Como si pedir ayuda fuera debilidad, y no un acto de valentía.
Vivimos en un país donde la salud mental sigue siendo tabú, donde las consultas psicológicas son privilegio de pocos, donde los centros educativos tienen uno o dos psicólogos —cuando los tienen— para cientos de estudiantes. Y aún así nos sorprendemos cuando las emociones explotan, cuando los jóvenes se quiebran, cuando la tristeza se convierte en ira, aislamiento o desesperanza.
¿Qué estamos esperando? ¿Una tragedia colectiva para reaccionar?
No basta con campañas puntuales ni mensajes bonitos en el Día Mundial de la Salud Mental. Se necesita acción estructural: más recursos, más formación, más escucha. Se necesita que la salud emocional se trate como una prioridad nacional, no como un tema de relleno en los discursos.
Los jóvenes dominicanos no están perdidos. Están luchando por entender un mundo que muchas veces no les ofrece respuestas ni espacios seguros. Están enfrentando presiones enormes, muchas veces sin herramientas. Están pidiendo que alguien les diga: “No estás solo. Te creo. Te acompaño.”
Ese acompañamiento debe empezar por nosotros, los adultos, los medios, el Estado, las escuelas, las familias. Porque cuidar la salud mental no es opcional. Es un compromiso con el futuro.
Y el futuro, aunque muchos no lo quieran ver, ya está gritando desde el presente.