
Por Abril Peña
El pueblo dominicano es generoso, solidario, valiente. Es capaz de quitarse el pan de la boca para dárselo a otro, y lo ha demostrado una y otra vez en cada catástrofe, propia o ajena. Cientos se movilizan, cocinan, cargan agua, donan insumos, se ofrecen como voluntarios. No es la primera vez, y no será la última.
Sin embargo, también están los otros. Aquellos dominicanos que nos avergüenzan profundamente. Los que graban los últimos minutos de las víctimas como si se tratara de una película, no para dejar un mensaje de despedida a sus seres queridos, sino para conseguir “likes”. Los que vandalizan los vehículos accidentados. Los que roban tarjetas de crédito, dinero en efectivo, prendas, pertenencias. Los que ven en el dolor ajeno una oportunidad para enriquecerse.
Tampoco es la primera vez. Ya es casi un chiste nacional: si un camión se vuelca en cualquier carretera, en lugar de ayudar, muchos se lanzan a saquear. Una muestra de bestialidad, de falta de empatía, de humanidad. Y más aún: una señal del pobre nivel de desarrollo de ciertos sectores de nuestra sociedad.
Sí, todavía somos más los que queremos construir, los que vemos en cada problema una oportunidad para aportar. Pero también es cierto que cada vez son más los que, escudándose en la “necesidad”, se aprovechan de la desgracia ajena sin el menor remordimiento.
La gran pregunta es:
¿Qué haremos como sociedad al respecto antes de que sea demasiado tarde?